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Entrevista | Nota de tapa

Desapegarse para superarse

Soltar, fluir, dejar ir… frases que están de moda como un imperativo categórico de la felicidad, pero que no son tan fáciles de poner en práctica. ¿Qué significa desapegarse? Te invitamos a buscar las raíces de tus apegos con plena conciencia, en un camino de madurez y sanación.

Cuentan que Diógenes —filósofo griego que, entre otras cosas, predicaba la austeridad más absoluta— se disponía a servirse agua en su rústico jarro, cuando notó que a su lado un niño bebía con el gesto más sencillo y natural de juntar las manos, como si fueran un pequeño cuenco, para recoger el líquido. Inmediatamente, Diógenes arrojó su recipiente, que según dicen, era su única pertenencia, porque supo que podía prescindir de todo objeto material. Quizás esta anécdota no sea más que un invento de la historia, o de los historiadores, para elevar la figura del filósofo a una estatura mítica, pero el rotundo desapego de Diógenes aún hoy nos sigue interpelando. Más de dos mil años después, nos encontramos sumidos inexorablemente en el mundo del consumo, que impone una vertiginosa lógica de acumulación y descarte. Muchas cosas, siempre nuevas. Paradójicamente, aunque el filósofo predicara el desapego de lo material, la patología que caracteriza a las personas excesivamente acumuladoras terminó llamándose síndrome de Diógenes.

Alma zen
Otras tradiciones milenarias, como el budismo, también encuentran en el apego un obstáculo para el desarrollo espiritual. Entre sus enseñanzas, son bien conocidas las llamadas “Cuatro nobles verdades”. Se trata de los fundamentos que inspiran la comprensión de la naturaleza humana y orientan la práctica de quienes desean trascenderla. Estos cuatro preceptos son:
1. La vida incluye sufrimiento: la insatisfacción y el descontento existen. Desde el nacimiento, en que nos alejamos del útero materno, pasando por la enfermedad y la desesperanza, la experiencia humana está rodeada de displacer y de deseos insatisfechos. Por eso, nos aferramos a situaciones temporales y cosas materiales, aunque nunca podrán ser la fuente de una felicidad auténtica, que nos permita alcanzar el estado de nirvana.
2. El origen del sufrimiento es el apego al deseo: tenemos la creencia de que podremos alcanzar la satisfacción del “yo” a través de algún logro, objeto, persona, pero estos son impermanentes.
3. El sufrimiento puede terminar si terminamos con el deseo-apego: Daisaku Ikeda, presidente de la SGI, importante organización budista, explica: “La causa fundamental de la infelicidad en que vive la gente es la tendencia a desarrollar apegos de la más variada índole. Un apego, así como suena, es una sujeción que nos mantiene ‘atados’ en algún aspecto de nuestro corazón”. El budismo pretende enseñar a las personas a liberarse de esos apegos. Pero renunciar al apego significa, en realidad, iluminarlos: “No es cuestión de erradicar los apegos, sino de verlos claramente. En otras palabras, nuestra práctica budista nos permite discernir la verdadera naturaleza de los apegos —en lugar de llevarnos a abandonar los deseos mundanos— y hace que podamos utilizarlos como fuerza motriz para ser felices”.
4. Hay un camino para lograrlo: el budismo propone un método para alcanzar esa sabiduría a través de la meditación, la atención y la plena conciencia del presente.
En la misma línea de las tradiciones orientales, encontramos los registros akáshicos. Mariana Casariego, terapeuta especializada en registros akáshicos, explica: “Los registros consisten en una herramienta de sanación y autoconocimiento, es una guía espiritual a través de la que el paciente va a lograr saber en qué tiene que trabajar para evolucionar, cuáles son los bloqueos que tienen que liberar para seguir creciendo como ser. También va a poder acceder a saber cuáles son sus dones, sus puntos más fuertes, para trabajar en ellos”. Con esta práctica ancestral, que se remonta al origen de los tiempos y permite conocer tanto las vidas pasadas como la presente, podemos identificar traumas de vidas pasadas que vuelven a aparecer en nuestra actualidad y muchas veces son el origen de los apegos desmedidos.

 Tenemos la creencia de que podremos alcanzar la satisfacción del “yo” a través de algún logro, objeto, persona, pero estos son impermanentes

Dime cuánto compras y te diré quién eres
Es curioso que, en una época en donde hay más teléfonos celulares que votantes en el padrón electoral y la fiebre del Hot sale desata la ansiedad por comprar lo que sea —pero más barato—, simultáneamente vemos expandirse el furor por Marie Kondo, y los defensores de la vida nómade y despojada, el nuevo minimalismo, el desconsumo y el slow fashion promueven el viejo imperativo de “menos es más”.La preocupación por nuestro vínculo con los objetos materiales y la tecnología no es nueva en absoluto. De hecho, concebir la técnica como una extensión del cuerpo que amplía la experiencia humana o, por el contrario, como un yugo que nos esclaviza, ha dividido aguas en la historia del pensamiento.
Ciertamente, la relación que entablamos con los objetos materiales puede leerse como correlato de nuestras dificultades emocionales en otros ámbitos: los objetos comienzan a funcionar como “tapones” que intentan responder a otras necesidades. Los objetos no hablan, no nos cuestionan… Relacionarnos con ellos parecería más sencillo, pero acumular y consumir en exceso señala nuestra dificultad para perder, duelar y relacionarnos con las cosas de manera eficiente. Cuando nos volvemos “adictos” a un objeto, en realidad estamos canalizando esa incapacidad de poder perder. De acuerdo con la Licenciada en Psicología Manuela Otegui, “las cosas vienen a cubrir una falta que no se soporta, que no se tolera. Hay oferta de artefactos que no opinan: es más fácil relacionarse con un celular que con otra persona. Cubren fallidamente esa falta que, si no, lo que hace es angustiar. Y lo hacen a modo de tapón. La angustia de la falta es estructural y está en todos.”
¿De qué modo podemos ser inmunes al deseo de consumir, si permanentemente somos interpelados por la publicidad, los medios, las redes, y llegamos a mostrarnos a nosotros mismos casi como objetos de consumo? Manuela Otegui observa que ha llegado a darse un fenómeno que ella denomina “momento Instagram”: usamos las redes con un fin de mostración, en lugar de conectarnos con el momento presente, priorizamos la foto y nos adelantamos pensando un hashtag que resuma la situación, o que la rotule de un modo incluso exagerado. Se trata de una tendencia de intentar satisfacer “necesidades intangibles, de la soledad, de la falta propia del ser, con un objeto material”. Por eso mismo, cuando hablamos de desapego, no nos referimos simplemente a reducir la cantidad de objetos materiales que utilizamos, sino de repensarnos en relación con nuestros vínculos y nuestra identidad.

 Desapego es reducir la cantidad de objetos materiales, pero también repensarnos en relación con nuestros vínculos y nuestra identidad

Saber perder
El tema se torna mucho más difícil de pensar cuando aquello a lo que estamos apegados es a otra persona. Soltar, sencillamente, no es tan simple. En un primer lugar, ¿qué significa soltar? Es bastante ingenuo, cuando se trata de una relación que involucra al menos a dos personas, atribuir la total responsabilidad de lo negativo del vínculo al otro. Sin una autocrítica que me permita analizar cuál es mi lugar en esa relación, qué me llevó a participar de ella, es posible que reitere esos patrones en nuevas relaciones. Soltar, entendiendo que el otro es el que reúne “todo lo malo”, es caer en un ideal ficticio que me desresponsabiliza. La expresión “gente tóxica” está tan instalada, que se ha convertido en sinónimo de “la gente que no me gusta”. Pero parte del pacto social es convivir con esa gente. Para la psicóloga, “es un discurso que pone en los otros negativos, tóxicos o conflictivos el problema”. Si la solución es alejarse, como si solamente en uno residiera todo lo bueno, realmente hay muy poca autocrítica. Entonces, si la tarea no es simplemente soltar, ¿cuál es el camino? Al respecto, Manuela asevera: “la alternativa es responsabilizarse. La realidad es fuente de displacer. Los otros son necesarios. Nos gustan y nos hacen mal en la misma medida. Apelar a un estado de bienestar absoluto es infantil. Mantener ese ideal es ficticio.”
En los casos extremos de relaciones donde existe una dependencia nociva, es necesario ir al punto de enganche, entender por qué nos aferramos a eso. De otro modo, el desapego es un “como si”. Al respecto, Marina Casariego amplía: “Muchas veces, cuando leemos un registro akáshico, vemos que hay personas que no pueden soltar a una pareja, a sus hijos, o determinadas acciones. Porque la idea de desapego tiene que ver con el duelo. Lo que vemos en el registro es qué es eso que tengo miedo a perder si yo me desapego, si yo suelto a mi pareja”. Ese es el verdadero obstáculo: “la dificultad más grande es el miedo. Es una de las emociones de la no acción, me paraliza, hace que yo no pueda hacer otra cosa, no pueda relacionarme con otros, hace que solamente tenga la atención en eso que me duele”, agrega Mariana. El inicio de la sanación, explica, ocurre cuando somos capaces de entender por qué no podemos soltar y hacemos consiente lo inconsciente.
El análisis psicoanalítico, por su parte, nos permite repensar enunciados o identificaciones que nos hacen mal, posicionarnos de modo diferente en la relación con otros. Esa rectificación subjetiva es un gran logro terapéutico: poder reubicarse uno mismo frente a lo exterior. Pero la licenciada Otegui enfatiza que los cambios subjetivos no son fáciles: “Hay que saber perder. Soltar me deja a mí como re canchera. Y es perder. Y no es sin sufrimiento. Soltar, dejar ir, fluir… parecería que no hay sufrimiento, es como renegar del sufrimiento. Y soltar es perder, es perder al otro que por ahí me hacía mal, pero también un poquito de bien me hacía”. Si el perder implica renuncia ¿cuál es la clave para que el sujeto sea capaz de asumir que tiene que transitar esa pérdida, en lugar de intentar taparla con conductas evasivas? Ser capaces de dar ese paso, según Manuela, es, lisa y llanamente, llegar a la adultez.

Crianza: ¿apego o pegoteo?
Sabemos que los modos de crianza se han transformado a lo largo de la historia. Siempre hubo modas, recetas, paradigmas que intentaron regular y normativizar la maternidad. Muchas veces, las mismas mujeres quedaron afuera de sus propias decisiones, desplazadas por el discurso médico hegemónico. Actualmente, existe una importante tendencia a concebir la crianza desde lo que se denomina la “teoría del apego”, según la cual un vínculo fuerte, cercano y permanente entre el bebé y sus padres llevará a la formación de un sujeto independiente y seguro en todo su desarrollo posterior. Entre algunas de las prácticas que propone, este enfoque recomienda la lactancia materna extendida, el colecho y el porteo.
¿Se trata de una verdadera propuesta beneficiosa o es nueva moda para encuadrar la maternidad? Según la mirada de la licenciada Otegui, “el apego enfatiza tanto el vínculo cercano que lo confunde con cuestión fusional”. Manuela aclara que cada una de esas prácticas no es mala o buena en sí misma, sino que debe responder a los tiempos de cada niño, pero que se corre peligro de caer en un discurso fundamentalista, cuando no se desarrolla lo beneficioso y necesario de la distancia y las separaciones paulatinas que deben existir, y se acusa prácticamente de “abandono” a quien hace dormir a su hijo en otra habitación. Por eso, se pregunta: “al fomentar tanto el apego en la crianza ¿la necesidad de quién se quiere satisfacer? En general, es más necesidad de los padres de no separarse de los bebés que del bebé mismo. Tolerar la angustia del bebé que llora es un problema más de los papás”. En ese mismo sentido, Mariana Casariego explica que el desapego es difícil en aquellos aspectos en donde la persona no ha podido construirse con solidez: “para poder soltar, para poder liberarme, tengo que estar agarrada bien fuerte de mí misma. Cuanto más insegura soy, más me apego a diferentes cosas: a mis hijos, a mi trabajo”. En ese mismo sentido, la psicóloga asevera: “la separación es tan necesaria como esa alienación primera entre madre e hijo”.
Según la licenciada Otegui, esta nueva tendencia viene a dar respuesta a una necesidad social y cuenta que en la consulta cotidiana observa dificultades parentales para ejercer una paternidad adulta: advierte cierto grado de infantilidad y simplismo al reducir la complejidad del desafío de la crianza a la necesidad de apego. Si bien aclara que no se trata de una relación de causa y efecto, el exceso de apego puede llegar a obstaculizar el desarrollo más saludable del niño, que sería poder salir de esa primera forma del vínculo con la madre. “El primero que hace ese corte es el papá. Las teorías del apego aparecen como continuación del embarazo y esos discursos complican el lugar del papá. Puede haber dificultad en la pareja de poder hacer entrar al papá, porque los papás no se relacionan de esa manera, el vínculo del papá no es tan pegoteado, es más del juego, son más habilitantes. En las ‘modas del apego’, el papá no está tan apegado, está más corrido,” sugiere.

Especialistas consultadas:
Manuela Otegui, Licenciada en Psicología. Especialista en Psicología Clínica con niños y adolescentes. MP 46832.
Mariana Casariego. Registros akáshicos, reikista y terapista floral. Contacto: 2235 818423

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