Me gusta porque, con tu libro, no solo ayudás a la gente a revolucionar su vida, sino también porque dejás ver cómo vos tuviste que revolucionar tu vida y de eso salió toda esta hermosa revolución…
Sí, más o menos (risas), revolucioné mi propia vida y fruto de mi experiencia vivida, desarrollé la hoja de ruta que se plasma en el libro; es decir que nace de mis propias vivencias a nivel personal y profesional.
Me resuena porque, un poco como yo, arrancaste con comunicación y marketing, muy para el afuera, y de pronto, tu vida se volvió mucho más espiritual e introspectiva…
Totalmente, pues supongo que como a todos, ¿no? Porque llega un momento en el que te sientes poco realizado, insatisfecho, frustrado, perdido, estancado… No me resonaba la manera en la que entienden el marketing las escuelas de negocios y, en general, pues todo lo que venía haciendo y estudiando no resonaba conmigo, y llegó un momento en el que me cansé y en 2015 dejé España, mi trabajo, mi casa, vendí mi coche y me fui a Australia. Y ahí es cuando, verdaderamente, conecté con mi energía solar, con ese foco que había estado reprimiendo y, desde 2015 he vivido en distintos países. Ahora estoy en Indonesia, pero sí que empecé a entrar en contacto con la práctica espiritual y me adentré en la sombra, en esa cueva, en esa noche oscura del alma. Y descubrí cosas de mí que hasta entonces no conocía, me ignoraba, entonces fue un poco la saturación de malestar. Hartarme de mí mismo, me harté de mí y, fruto de aquello, pues inicié un cambio…
Estamos como en una era de frustración, medio bisagra, ¿no? Qué importante me parece poder reconocer esa frustración, ese malestar… ¿cómo creés que podemos hacerlo?
El sufrimiento, el malestar, irremediablemente nos invitan a iniciar ese cambio, a mirar de frente a esa sombra. Al final, la sombra se acepta, es decir, no te queda otra. Lo que pasa es que como nos cuesta la aceptación, el perdón, el reconocer todo eso que somos y también dejar de ser lo que no somos. Por eso, hasta que no tocamos fondo, pues a menudo no nos adentramos. Pero la sombra se observa, se reconoce, se acepta y ahí te liberas. Entiendes que es algo que forma parte de ti. Eres mucho más que tu sombra, pero si niegas tu sombra, no puedes expandir tu luz de alguna manera. Es como las dos caras de la misma moneda: si yo paso mi vida rechazando una cara de la moneda, al final estoy viviendo un poco a medio gas, ¿no? Entonces ahí está el ejercicio de humildad, de honestidad, y de autoresponsabilidad, sin lo cual no hay libertad…
Totalmente, un poco también reconocer cuándo es mi ego y cuándo es mi yo real, ¿no? Un tema que también tocás en tu libro y que me parece interesante…
Exacto. Y desidentificarnos de eso… Porque el tema viene cuando nos identificamos con el ego, con la mente, con los pensamientos, entonces, nos perdemos, cedemos el control a la mente y la mente es una pésima jefa. Como sirvienta es excelente, pero como jefa es pésima. Y con el ego sucede igual: es el personaje que nos hemos creído y en base al cual hemos creado nuestra vida. ¿Qué es lo que pasa? Que hemos creado nuestra vida en base a creencias heredadas del entorno. Es decir, que no solamente estamos viviendo una vida que no es coherente con nuestra esencia, sino que encima no somos conscientes de que eso sucede. De modo que llega un momento en el que ya te frustras, te saturas, y como tu bien decías: “Qué curioso y qué sincrónico que una chica que está en Argentina y un chico que está en Indonesia, resuenen y vibren en una energía tan similar”. Y es porque somos la generación de los revolucionarios. Somos la generación con ese Plutón en Escorpio, que ha venido a partir el bacalao, a revolucionar el statu quo. A deshacernos de condicionamientos, patrones, pautas e impulsar un cambio. Un cambio que ya estamos empezando a vislumbrar, y que materializaremos en futuras generaciones. Es decir que aquí tenemos manga para rato (risas).
¿Cómo podemos reconocer cuando estamos actuando desde el ego, desde “el personaje”?
Hemos de entender que sin el personaje no podríamos experimentar nada, es decir, el personaje forma parte de la ecuación. El problema viene cuando nos identificamos con ese personaje y cuando, encima, no tiene nada que ver el personaje con lo que hay debajo de todas esas capas que nos hemos puesto. Entonces, se trata más bien de liberarnos de la esclavitud que nosotros mismos nos autoimponemos al creernos pues esa identidad prefabricada, esa fachada, fingimos, aparentamos y, al final, es tan sencillo como dejarnos ser. Dejarnos ser, soltar el control y, finalmente, como decía Rumi: “Dejar que la vida te viva”, quitarte del medio, dejar que la vida te viva, ¿no? Convertirte en canal.
¿Cuáles creés que son esas banderas rojas que nos avisan que no estamos dejando que la vida nos viva?
Pues mira un síntoma muy extendido, especialmente en occidente es el estrés. El estrés recurrente, ese nivel de rigidez, esa autoexigencia, ese correr hacia todos lados, esa velocidad sin dirección, que realmente no sabemos hacia dónde vamos… Y cuando no sabemos hacia dónde vamos, en lugar de parar, aminorar el ritmo y tocar el botón de pausa, aceleramos. Es como que apretamos el acelerador, ¿no? Con lo cual nos perdemos todavía más. Es como si voy con mi coche y mi GPS se desubica, y en lugar de pararme, sigo. Sigo rodando. Pues al final acabaré todavía más perdido. Entonces ahí está el tema, el identificar ese estrés, esa tensión psicológica a la que nos sometemos, al subordinarnos a todo este sistema de creencias, y la energía vital. Cuando nos levantamos con poca vitalidad un día y otro, y otro, porque nos encabrona vivir nuestra vida, no me apetece vivir mi vida, porque he perdido la ilusión, las ganas de vivir; que es lo peor que te puede pasar en esta vida: perder las ganas de vivir. Ahí es cuando realmente te has alejado, desconectado de ti, y ahí hay una bandera roja, grande como un castillo.
En tu libro te definís como un inconformista, ¿qué significa para vos este concepto?
Alguien que vive su propia vida, alguien que cuestiona, que se atreve a cuestionar el statu quo, lo que ha recibido del entorno, lo que el resto o la mayoría hace, alguien que se atreve a crear su propio camino. Porque somos una generación de buscadores, de inconformistas, que no hemos venido a encajar. No vamos a encontrar nuestro lugar en este mundo porque no existe. Hemos venido a crearlo. Y para mí eso es ser inconformista.
Es loco porque estamos en un momento que nos encanta ponernos etiquetas y autodefinirnos…
Claro, las etiquetas nos limitan y nos dividen. Fomentan la división, fomentan la polaridad social; etiquetas del tipo que sean: en el ámbito político, económico, social, da igual. Las etiquetas limitan y dividen. Por tanto, yo no soy en absoluto partidario de las etiquetas. De hecho, cuando me preguntan quién soy, siempre trato como de eludir y de serpentear esa pregunta porque no me gusta ponerme etiquetas. Lo detesto, de hecho (risas). Aunque entiendo que, oye, un poco para ubicarnos, pero sí es cierto que todo aquello que te define, te limita. Entonces para qué limitarnos a ser una cosa, cuando somos mucho más: podemos ser tantas cosas…
Claro, además es como pensar que vamos a ser iguales toda la vida…
Exacto, y eso rompe con la creencia que hemos heredado de generaciones de que “tengo que tener un trabajo para toda la vida”, “una relación para toda la vida”, un “lo que sea”, incluso una pasión o un propósito… todo evoluciona porque estoy vivo y me expando, por lo tanto, todo evoluciona conmigo. Todo al final es evolutivo y, como tal, a nivel profesional, lo que hacemos, a lo que nos dedicamos, también va mutando, ¿no? Y esto en el libro también se deja claro que, al final, el propósito, la vocación… que no nos casemos con una única opción, ni con una manera de entender las cosas. Que al final la profesión es una herramienta para conectar con tu esencia y la vocación es ser tú mismo, ya está. Entonces, partiendo de esa premisa, el resto son excusas. Al igual que el propósito, que también está como muy de moda, ¿no? Y al final es vivir, disfrutar y pasárnosla bien. Que verdaderamente es para lo que estamos… Y parece cuando dices esto, que la sociedad está como muy enfadada, estamos todos como muy estresados y, claro, yo entiendo que para según quién, puedan doler estos argumentos, ¿no? Pero, al salir de tu país, yo que vengo de España, viajar a otros lugares, conocer otras culturas… Aquí en el Sudeste Asiático, es que no saben lo que es el estrés, no existe el estrés. Ellos van por la vida, fluyendo absolutamente. Entonces es como “uau, vamos a quitarnos cargas de esa mochila que llevamos encima y que nos pesa tanto”.
Para colmo tenemos ese dedo señalador interno y externo que condena el goce como muy arraigado…
Es cierto, hay que empezar por hacer una reestructuración cognitiva, es decir, redefinir conceptos como trabajo, éxito, felicidad, sacrificio, sentimiento de lucha.. De “tengo que luchar por mis sueños”, “tengo que trabajar muy duro”. Todo eso al final nos condiciona de tal manera que nos aleja de nuevo de lo que somos... Son trampas. Yo me imagino todo esto como un videojuego y vas enfrentándote a monstruos, a desafíos, a retos que van cambiando. Venga, ¡ya he superado este nivel! Ahora en el siguiente nivel, tengo otra trampa, otro reto nuevo, ¿no? Y mucha gente que emprende, deja su trabajo como empleado, por aquello de “ser más libre” y acabas esclavizándote a tu proyecto, porque “como tienes que trabajar duro”… Y yo he sido así, yo he sido un workaholic, todavía me estoy desintoxicando y conectando con el disfrute. Y es que cuando lo haces, es que todo te va mejor. Ya no solamente que te sientes tu bien, sino que atraes abundancia, manifiestas ingresos, consigues más clientes… Todo al final se va conectando, se va sintonizando con esa energía que tú has experimentado internamente.
Completamente, un poco también amigarnos con el proceso, tomarnos tiempo y escapar del “quiero ver los resltados ya…”
Totalmente. Si te genera tensión psicológica no es el camino. No es por ahí. Para mí un síntoma claro, de que has encontrado el camino o de que ese es tu camino, es que sientes paz interior, que te sientes tranquilo, te sientes sereno. Y eso, ese es el síntoma, ¿no? De que al final es escuchar tus emociones, vivirlas. Reconocer qué es lo que sientes, cómo te sientes. ¿Te sientes estresado? ¿Te sientes irascible? ¿Te sientes cabreado? ¿Frustrado? Y hay otro y otro y otro… Pues revisa, revísate. Porque quizás no es por ahí.
¿Qué es esta diferencia que marcás en tu libro entre el propósito vital y el profesional y cómo se combinan entre sí?
Para mí es tan sencillo como entender que, el propósito vital, es vivir y, el propósito profesional, es una excusa para sentirte vivo. Es decir, haciendo qué, te sientes vivo. Haciendo qué, conectas con tus motivaciones internas. Tu vocación es ser tú mismo, de modo que la profesión que elijas, es una herramienta para ser tú. Es decir, cantar en tu caso. Como cantante, puede ser que estés haciendo uso de talentos naturales y de dones innatos que tú tienes. Por lo tanto, es una profesión, pero puede ser más cosas. De hecho, es muy habitual, y en la consulta lo vemos cada día, que haya gente multipotencial. Somos multipasionales, y podemos tener diferentes pasiones. Y podemos dedicarnos a diferentes cosas, o que haya cosas que se queden más como hobbies, y otras que se puedan monetizar. No tenemos tampoco que obsesionarnos con “me gustan siete cosas. Voy a ver cómo monetizar y generar ingresos con esas siete cosas”. Bueno, claro a lo mejor sí, a lo mejor puedes. Puedes aunar algunas. O pueden ser dedicaciones diferentes, o a lo mejor ahora esto y el año que viene lo otro. Al fina, lo importante, es ir fluyendo e ir conectando con lo que te vibra.
En mi caso, es aliviante que alguien esté del lado de quienes hacemos muchas cosas (risas)… y esto me lleva a pensar en este concepto, para mi dañino, que tanto circula sobre “encontrá tu mejor versión”…
Encontrar tu mejor versión es un mensaje bastante dañino, porque de alguna manera es como negar lo que tú eres ahora. No estás aceptando lo que eres. Y si tú no aceptas lo que eres, no puedes evolucionar, no puedes expandirte. Estás constantemente con esa presión autoimpuesta de tener que ser algo mejor. Es como, “rechazo lo que soy ahora, no soy suficiente, no estoy completo”. Entonces hemos de entender que yo soy yo, en diferentes momentos de mi proceso evolutivo, por lo cual todas las “versiones” son necesarias. Porque si yo no soy lo que soy ahora, no puedo ser lo que seré dentro de un año. Yo echo la vista atrás, y entiendo perfectamente mi recorrido. Entiendo que yo no era capaz de sostener la vida que ahora vivo, hace tres años. No era capaz de liderar un equipo de ocho personas ni de vivir en Indonesia. O sea, no era capaz, porque no estaba preparado. Entonces, entiendes que es necesario pasar por esos checkpoints. Como que tengo que ir pasando por esas etapas de mi proceso evolutivo para seguir creciendo desde la aceptación.
Me gusta porque tu pensamiento viene a romper con esta frase que tanto se repite “la gente no cambia”…
Cuánto peso, ¿no? Cuánto peso transgeneracional en ese tipo de afirmaciones que, al final, hemos de entender el cambio como una oportunidad de crecimiento. Es decir, el cambio no es ser otra cosa diferente. El cambio es dejar de ser lo que no soy. Cuando inicio un proceso de cambio, es para desprenderme de todas esas creencias, condicionamientos, emociones que no he expresado que están ahí reprimidas en el cuerpo. Voy soltando peso. Para mí eso es el cambio: soltar peso, dejar de ser lo que no soy y acercarme cada vez más a mi verdadera esencia.
¿Y cómo podemos saber que estamos en ese camino que queremos crear?
Ahí sale mi lado poético: volver al corazón, ¿no? Que de hecho la palabra recordar, etimológicamente viene del latín que es “volver al corazón”. Y eso es, en esencia, es para lo que estamos aquí: recordar lo que somos, recordar lo que hemos olvidado. Fruto de la ignorancia en la que nos vamos sumergiendo, vamos aprendiendo a ser ignorantes, aprendemos el miedo y nos alejamos cada vez más de lo que somos. Entonces, ese volver al corazón, es bajar el ruido mental, calmar la mente, para conectar con la presencia, con la esencia. Cuando hablamos de vivir en plenitud, hablamos de vivir, aquí y ahora, en el presente. No estar anclados en un pasado que no he superado porque no me he perdonado, ni tampoco en un futuro que me genera ansiedad. Que me genera esa agonía de anticipar siempre algo que va a pasar y que solo existe en tu mente. Entonces, es un viaje de la cabeza al corazón. Hay que calmar la mente, bajar ese ruido; y, para ello, aminorar el ritmo, buscar espacios de pausa. Que esto contradice prácticamente la mayoría de los mensajes que nos invitan a “pasar a la acción” “hacer, hacer y hacer”, ¿no? Y al final, nos convertimos en kamikazes motivados, muy motivados, pero kamikazes. O sea, yo me he estrellado tantas veces, que incluso a veces me sorprendo de afirmar ese tipo de cosas, que las he podido experimentar fruto de haberme estrellado muchas veces. Porque, al final, es a lo que nos conducen este tipo de mensajes o creencias. “Que tengo que estar haciendo, que tengo que ser productivo, que tengo que”… ¡Que presión!
¿Cómo diferenciamos ese inconformismo del que nos hablás con aquel que proviene de este sistema que nos invita a estar produciendo y en acción constantemente?
Claro, por eso en el libro hablo de la “rebeldía consciente”, de ese inconformismo inconsciente, es decir, un inconformismo que nace del anhelo, no de ese deseo egoico. Porque cuando me dejo llevar por el ego, por el deseo, por el “quiero” “necesito” “aspiro siempre a otra cosa…”. Eso no es inconformismo, eso es otra cosa. Cuando hablamos de inconformismo, hablamos de algo que nace de ti, del corazón, de la esencia, de la intuición, de esas corazonadas que realmente te guían en la correcta dirección. Y siempre es un viaje de adentro hacia afuera, porque el deseo empieza afuera, es como: deseo algo, yo me lo creo, ¿no? Voy de afuera hacia adentro… Y entonces, empiezo a condicionar mi vida y a dirigir mi camino en esa dirección. Y ahí te pierdes.
Seguir un poco nuestra intuición, ¿no?
La intuición es la forma más elevada de inteligencia. Es algo que no sabes por qué, pero lo sabes. Lo sabes y ya está, lo intuyes. Es algo que nace de las entrañas. Al final, la intuición se alimenta de las experiencias. La experiencia diluye la creencia. Es decir, cuando experimento, es como que le doy una colleja a la mente y le hago ver, le hago entender, que se equivoca. Porque estoy experimentándolo, es decir, no me creo lo que me han dicho, lo experimento. Y en la medida en que experimento… No es que la intuición de pronto suba de volumen, es que yo escucho la intuición porque de repente estoy más atento. Empezamos a establecer un diálogo con la intuición. Entonces a mí lo que me viene es la necesidad de buscar espacios en tu día a día, para estar contigo. Espacios para estar contigo de manera consciente. No para estar contigo con el móvil, para estar contigo tomándote un café, pensando en otra cosa. Porque como todo, también se entrena. Se entrena la presencia, se entrena la consciencia. Es algo que se va ejercitando como si fuera otro músculo. En la medida en que voy aumentando esas dosis de plenitud, llegará un momento en el que el porcentaje de tu día a día, en el que estás consciente, conectado, fluyendo cada vez va a más. Hace diez años, a lo mejor, en mi caso, yo tenía espacios de veinte minutos, treinta minutos, una hora, dos horas… Ahora prácticamente mi vida está muy en sintonía con lo que yo soy, con lo que yo siento. Pero claro, es un viaje, ¿no? Entonces, implementar espacios de pausa. Para estar contigo, para lo que sea. Es decir, meditar o cualquier práctica meditativa, que pueda ser: tomarte un café y mientras te lo tomas, tomarte el café. Es decir, no hacer otra cosa ni pesar en otra cosa, ni etiquetar la experiencia. Ya está. Eso es meditar.
¿Y qué pasa para vos con el miedo? Desde mi lugar lo tomo como un indicador de ganas de sumergirme en un desafío…
Hemos de entender que, al final, es parte de la ecuación y cumple su función, es una emoción más. Y el miedo lo que denota es una falta de confianza en muchas ocasiones… Cuando siento miedo, cuando tengo miedo a saltar, es cuando he de saltar, ¿no? A menudo es como un síntoma de que estoy haciendo algo diferente. Por eso me genera incertidumbre, me genera temor. Pero hemos de lidiar con la incertidumbre, porque es parte del cambio y es parte de la vida. La vida sin incertidumbre, es supervivencia, es vivir por inercia. Es… “bueno pues estoy ahí, ya se lo que va a pasar”, y hago lo justo para sobrevivir. Pero cuando me atrevo a buscarle un sentido más elevado a mi vida, vivir de una manera más en sintonía conmigo, ahí hay miedo. Yo siento miedo todos los días. ¿Por qué? Porque hago cosas diferentes. Yo sentí miedo al venirme a Indonesia, siento miedo al hacer iniciativas con mi proyecto profesional. Pero claro, es que si no te estancas. Y el estancamiento, con el tiempo, te conduce a la muerte en vida. Entonces el miedo, hemos de entenderlo como un amigo, es como algo que está ahí, y que nos está avisando de: “Eh, cuidado Julieta, cuidado Alberto… que hay algo desconocido”, pero eso no tiene por qué ser malo, solo que es algo nuevo.
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ALBERTO APOLO
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