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Transformación viral

Autor: Julieta Otero

Mirar la realidad como nunca antes lo habíamos hecho, tomar consciencia, revalorizar lo esencial, poner al máximo nuestras capacidades creativas… el virus que ha puesto en jaque al mundo puede que no sólo sea un desastre sanitario. ¿Estamos frente a un cambio de era?

Yo no vi con mis propios ojos a los delfines paseando por las aguas de Venecia, pero sí desde mi mundo exterior de hoy, mi ventana, escucho a los pájaros cantar como nunca antes. Los veo pasar en bandadas, parecen felices. Desde mi escritorio en casa, que no fue improvisado porque tengo la bendición de poder hacer homeoffice, puedo ver el mar de una zona muy transitada y me sorprendo con la cantidad de gaviotas juntas flotando en él, nunca antes había visto tantas. En los edificios que me rodean, las luces de las ventanas están encendidas, se escuchan risas y ruidos de ollas y, detrás de las cortinas, se adivinan mesas rodeadas de gente unida compartiendo el aquí y ahora. Automáticamente pienso que, al final, todo siempre es a costa de algo. Pienso en la maldita distopía que estamos viviendo, en el sufrimiento de los países más afectados por el virus, en lo que nos toca, en la gente sin posibilidades, en la desesperación, en los muertos, en los que lloran, en los que no saben qué hacer, en los que están solos… Pero también pienso que algo así era inminente, tenía que suceder, aunque no estuviésemos preparados. A costa de vidas y sufrimiento. En algún punto, nos lo merecíamos y tenemos varias lecciones por aprender de esta. Detrás de toda la oscuridad, brilla una luz de cambio que, espero, nos ilumine a todos.

 

Empatía viral
Estamos en la era de la individualidad, del pensar en uno mismo y del amor propio. El virus nos mandó a guardar aislados de todos, pero, sin embargo, nos unió más que nunca. Impensado hubiese sido hablar de balcón a balcón o no poder abrazar a aquellos a quienes queremos. Están los que denuncian a los que rompen la cuarentena o se llevan todo el papel higiénico del supermercado, pero también los que dejan un cartel en el edificio ofreciéndose como ayuda para las compras de las personas mayores. He aquí una de las primeras enseñanzas que nos deja el virus: la única forma de vencerlo es entre todos y, aunque estemos solos, nunca lo estamos en realidad. Entendimos que solos no llegamos a ningún lado y que si no pensamos en nosotros y en los demás, todos salimos perjudicados. Así, se despiertan sentimientos de comunidad, solidaridad, pertenencia, generosidad, compasión, igualdad… Todos dependemos de todos y, al final, todos somos iguales. No es casualidad que esto suceda mientras la lucha por la igualdad se hace cada vez más visible. Hoy no importa quién seas ni cuánto tengas, todos estamos en la misma situación y cualquiera de nosotros puede convertirse en marginado por tener el virus, por tener posibilidades de estar contagiado, por haber estado en un país de riesgo y hasta quedarse varado en un aeropuerto o un crucero, sin poder volver a casa. Finalmente, los bichos nos tratan a todos por igual, pero no todos estamos en la misma. Por eso, es hora de entender que todos estamos conectados y que todo lo que cada uno hace tiene un impacto directo en el Universo, la Tierra y todos los que viven en ella.

La huella que es “invisible”

En los últimos años, el universo nos envío señales camufladas en fenómenos meteorológicos extremos: tormentas eléctricas, inundaciones, huracanes, tsunamis, incendios… Sin embargo, nosotros, como si nada, inmersos en la rueda del capitalismo moderno, produciendo, construyendo, avanzando, consumiendo… Mientras tanto, arruinando y explotando lo poco que nos queda. El virus nos paró en seco y nos dejó otra lección importantísima: a este ritmo y bajo estas lógicas no podemos seguir. Y ahí vemos que, mientras la economía se colapsa, la contaminación baja notablemente y la naturaleza aprovecha e intenta volver a su estado natural, avanzando de a poquito. Esto nos obliga a pensar nuevas formas de productividad, de industria y de consumo. Quizás seamos nosotros, los consumidores, quienes, de una vez por todas, nos pongamos firmes para reclamar formas más justas y más amigables con el planeta y con nosotros. ¿O a caso no salimos a comprar cosas esenciales como comida y medicamentos y nos quedaron nuestros mejores trajes colgados en el armario? Nuestra Tierra está enferma, nosotros también lo estamos, es hora de empezar a curarnos.

 

Una Tierra enferma
Según un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el aire que respiramos está peligrosamente contaminado: nueve de cada diez personas en el mundo están respirando, ahora mismo, aire contaminado. Además, agrega que siete millones de personas mueren, cada año, por el impacto negativo que tiene la contaminación en la salud, evidenciado en el incremento de accidentes cerebrovasculares, cáncer y cardiopatías, por mencionar algunas. Durante los meses de parate y confinamiento en China y Europa, la Misión Sentinel 5P de la Agencia Espacial Europea, registró una disminución del 40 % de la emisión de dióxido de nitrógeno en China. Según la NASA, Europa también presenta una disminución importante de la emisión de gases de efecto invernadero y las fotografías publicadas por las agencias espaciales muestran cómo los puntos críticos de contaminación, marcados en rojo y naranja, después de cuatro meses de reducción de actividad, se han tornado de color azul. Impresionante, ¿no?

Volver a casa
En este mundo moderno, la vida suele pasar puertas afuera de nuestro hogar. Vivimos corriendo tras un montón de cosas que, cuando todo se frena, dejan de tener sentido instantáneamente. Hace mucho que dejamos de darle el valor que se merece a nuestro tiempo. Tan preciado nos dijeron que era, que sólo nos parece rendidor si podemos monetizarlo de alguna forma. Cuando todo se frena, el tiempo vuelve a ser lo que era y nosotros no sabemos bien qué hacer con él. Pronto el tiempo a solas nos invita a reflexionar y nos hace ver que nuestra pirámide de valores estaba invertida: que primero, en realidad, está la vida, la salud, el hogar, la familia y la felicidad; luego, todos los demás accesorios. Así, el virus nos hace reencontrarnos con nuestro hogar dejado, poco habitado, una familia que pocas horas pasa mirándose la cara y una necesidad inmensa de recuperar ese tiempo perdido. ¿Cuántas veces nos dijimos “me encantaría tener tiempo para…”? Quizás llegó el momento de aprovechar a incorporar —y fijar— esos hábitos y costumbres que deseamos que sean parte de nuestra vida, pero que por nuestra comodidad no encuentran un lugar en la rutina “normal”. O, ¿por qué no?, descubrir esas pequeñas cosas que podrían hacer nuestra vida mucho más feliz. Inevitablemente, pasamos más tiempo con los nuestros y es el momento ideal para borrar todas las culpas que cargamos por no estar lo que “querríamos” estar. Sentarnos a hacer las tareas con nuestros hijos, a jugar, a comer o a charlar… en un momento en el que la vida “nos empuja” a delegar la educación y la crianza de nuestros hijos a otros, tal vez, nos refuerce el concepto de cuán invertida estaba la pirámide. Sin ir más lejos, el metro y medio de distancia que nos separa de los otros, no poder ver a nuestras familias o no poder reunirnos con nuestros amigos, es un empujón para repensar cuánto más nos gustaría dedicarles tiempo también a ellos. A un codo de distancia, el virus nos viene a recordar lo lindo que se sienten la cercanía y el contacto físico. En tiempos donde nos acercamos a través de likes y reacciones de Instagram, revalorizar el abrazo, los besos y las caricias parece una buena idea.

 

Un aplauso para la salud
Y de pronto, las enfermeras se volvieron más importantes que los deportistas, la ciencia y la medicina dejaron de tener fronteras y todos salimos a nuestros balcones a aplaudir, porque nos dimos cuenta del valor que tiene el trabajo que hacen todas las personas que están al servicio del sistema de salud que, junto con el de educación, son los dos pilares del desarrollo de la sociedad, muchas veces relegados. Pero el virus no sólo nos hace notar cuán equivocados estábamos en las prioridades a nivel global, también nos toca la salud de la fibra en casa. Hace años, los pediatras inventaron “El rap de la tos y el codo”, sin embargo, hay quienes aún no se lavan las manos después de hacer sus necesidades. Tampoco es novedad la cantidad de gente enferma por el mundo, y no por Coronavirus, claro. Estando en casa, y bajo los efectos del miedo, el Covid-19 nos da un empujón para repensar cómo cuidamos nuestra salud a diario. Aunque en un rapto de inconsciencia hayamos salido a vaciar las góndolas de productos procesados y enlatados de los supermercados, dejando de lado todos los productos frescos que la Tierra nos da. No es casual que haya tanta gente enferma, ¿no? El virus hoy nos obliga a frenar el estrés cotidiano, repensarnos, cocinarnos, descansar y conectar con todas esas actividades que tan bien nos hacen y que nunca nos damos el tiempo de hacer.


Cómo cuidar el sistema inmunológico (ahora y siempre)
Nuestro sistema inmunológico es el responsable de cuidar nuestra salud y calidad de vida. Cuando estamos bien, nuestro sistema también lo está. Aquí algunas ideas:
- Comer productos frescos y orgánicos. Mucho de lo que se compra en el supermercado tiene las mismas propiedades nutritivas que un cartón y, lo que es peor, un montón de componentes completamente nocivos para el cuerpo. Es hora de empezar a elegir mejor lo que nos llevamos a la boca, la información abunda y las propuestas saludables también.
- Comer hasta el 70 % de la capacidad de nuestra hambre. Está comprobado que quedarse con un poco de hambre, sobre todo a la noche, refuerza el sistema inmunológico y fomenta la longevidad. De esta forma, además, ahorramos energía.
- Descansar entre siete u ocho horas diarias. No es novedad: nuestro cuerpo es fanático de las rutinas. Una buena rutina del sueño es fundamental para nuestro bienestar cotidiano y a largo plazo. Además, un buen descanso disminuye el estrés y ayuda a tener mejor estado de ánimo.
- Buscar un equilibrio en nuestra salud emocional. ¿Cuántas veces estamos pasando por una crisis y nos enfermamos? Hay mucha información y sabemos que nuestras emociones están terriblemente ligadas con nuestro cuerpo físico. Es hora de poner en orden todas esas trabas emocionales, traumas, relaciones conflictivas y un largo etcétera que, en este tiempo a solas, podemos identificar mejor, reflexionar y empezar a trabajar.

La creatividad al servicio de todo
La cuarentena y el temor por contraer el virus obligó a que empresas, jefes, trabajadores y emprendedores inventen nuevas formas para poder seguir funcionando sin contacto real y con el mercado parado. El homeoffice, que viene creciendo desde el año 2009, por fin es experimentado por todos y, de seguro, muchos caerán rendidos a sus pies. El Coronavirus nos deja mano a mano con la necesidad obvia que veníamos posponiendo: conciliar la vida familiar con la laboral, para llevar una vida más feliz. Trabajar desde casa tiene muchísimos beneficios, tanto personales como para las empresas; pero también pone a todos a demostrar —y a desarrollar— sus habilidades relacionadas con la organización, el respeto, la paciencia, la concentración y la creatividad. Además, por fin, muchos entenderán lo que realmente significa trabajar desde casa y comiencen a respetar más ese tipo de formas colaborando y ayudando a generar los espacios, a veces, tan difíciles de conseguir y sostener. Al final, ya sabemos cuánto más productivos somos cuando estamos bien con quienes nos rodean… La necesidad del contacto y de generar cosas desde casa estimula la creatividad de todos, nuevos formatos de conexión cobraron forma y, tal vez, algunos llegaron para quedarse definitivamente. Saludos de codos, música colaborativa desde los balcones, cenas por Skype, conciertos en vivo por Instagram, cursos online sin costo, revistas y libros gratuitos para todos, visitas colectivas y virtuales por los museos… son solo algunas de las iniciativas que el aislamiento también nos ha enseñado.

Gracias por todo

Es normal que sea difícil ver una crisis de forma positiva, pero con darnos la oportunidad de ver el medio vaso lleno, no perdemos nada. En Latín, “crisis” significa decisión, elección… algo que se rompe y, porque se rompe, hay que analizarlo y tomar decisiones. Claramente estamos en tiempos de mucha reflexión y toma de decisiones. Ojalá el estar agradecidos con la vida sea otra de las lecciones que nos deje el Covid-19 y podamos trasladarla a cada ámbito de nuestras vidas. Porque este virus también nos vino a recordar lo finitos que somos y la brevedad de la vida. Más allá de lo que nos suceda, sea bueno o sea malo, agradecer por tener la posibilidad de vivir y todos los aprendizajes que nos da la vida para hacernos cada vez mejores, es algo que tenemos que aprender. Así como también poner nuestros talentos a funcionar al servicio del otro, sin pensar tanto en el dinero y el poder, sino a favor de nuestro bien y el de los demás. Y que, de una vez por todas, dejemos de buscar culpables y empecemos a pensar cuán responsables somos nosotros, qué podemos aprender de todo esto y qué decisiones tomaremos de aquí en adelante.

 Este virus también nos vino a recordar lo finitos que somos y la brevedad de la vida


POR: Julieta Otero

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